Debido a que las raíces del árbol se sumergían en el suelo mientras sus ramas se elevaban al cielo, el druida lo consideraba el símbolo de la relación tierra-cielo. Poseía en este sentido un carácter central, hasta tal punto de que suponía la esencia del mundo.
Son muchas las civilizaciones antiguas que han establecido su árbol central, ese que era tenido como el eje del mundo: el roble de los celtas; el tilo de los alemanes; el fresno de los escandinavos; el olivo de los árabes; el banano de los hindúes; el abedul de los siberianos... Tanto en la China como en la India, el árbol que es considerado el eje del mundo se halla acompañado de pájaros, lo mismo sucedía con los celtas, ya que estos reposan en sus ramas.
En la tradición bíblica judeocristiana, se detecta, en el relato de la tentación del libro del Génesis, los grandes árboles que figuraban a veces en los Salmos. Este árbol simboliza la cadena de generaciones, cuya historia resume la Biblia y que culmina con la llegada de la Virgen y de Jesucristo. Cada árbol tiene una historia oculta, legendaria, que contar y solo la contará a quien comprenda que en su tronco, en sus raíces y en sus ramas late la vida de un ser majestuoso.